«El minimalismo no se trata de no poseer nada. Se trata de que nada te posea a ti.»
Esto me decía un suscriptor estos días.
Y de minimalismo digital vamos a hablar con calma.
Uno de los recuerdos más bonitos que tengo de pasar tiempo con madre en la infancia y la adolescencia es sentarnos a ver las pelis de Antena 3 de los findes.
Pasábamos toda la tarde viendo aquellas intrigas predecibles y nos sentíamos más inteligentes descubriendo al asesino antes de que la trama lo desvelase.
Era divertido.
Era nuestro.
Pero esto nos lo robaron hace tiempo.
Ahora es imposible ver una película con madre.
Ella está pendiente de otra pantalla más pequeña.
Me hice Facebook y Tuenti allá por el 2009.
No me llaman en exceso las redes sociales, pero era la forma de comunicarme con mis jefes.
Por aquel entonces, Facebook estaba bastante vacío y lo recargaba cada cierto tiempo a ver si alguien había subido alguna actualización.
Un par de años después, aquella inocente acción se convirtió casi en un acto reflejo.
Me di cuenta de que no era capaz de ver un capítulo de una serie sin consultar el móvil. Y como consecuencia, quedarme dando vueltas de una aplicación a otra, hasta que me lo perdía y tenía que volver a empezar.
Empecé a dejar el móvil lejos cuando tenía ese rato para ver series y solucionado.
De vez en cuando quedaba con la gente y en vez de hablar contigo estaban conversando con cualquiera que no estaba allí. ¿Urgente?¿Importante? La mayor parte de las veces, ninguna de las dos.
Y entonces empecé a trabajar con redes sociales.
De la empresa.
De clientes.
Y a mi teléfono llegó (en contra de mi voluntad), Instagram.
Volvió el acto reflejo de consultarlo sin pensar y quedarme ahí enganchada un tiempo indefinido y sin saber muy bien qué estaba haciendo.
Así que comencé a cogerle mucha manía a este ladrón de mi atención.
La escondí en un segundo plano y dejé de consultarla tan a menudo.
Llegados a este punto, uso las redes sociales lo menos que puedo, pero a la vez siento culpabilidad por mi trabajo y pienso que con más dedicación quizás fuesen mejor.
A la misma vez que no quiero dedicarles mi tiempo y me apetece borrarlas para siempre, siento un terrible FOMO. ¿Y si me pierdo algo importante?
En este dilema me encuentro desde hace un par de años y me gustaría salir de él.
Recuperar mi atención.
Simplificar mi teléfono y que no parezca una colección de apps.
Recuperar mi tiempo.
Porque cada lunes, cuando mi móvil me manda el informe del tiempo de uso, se me cae la cara de vergüenza.
¿4 horas?
¿He estado 4 malditas horas todos los días con la cara metida en el móvil?
Así que bueno, en busca de respuestas, me tope con este libro:
Minimalismo digital
No voy a recuperar las pelis de la tarde con mi madre, pero quizás si un poco de mi atención y más tranquilidad.
LA DOPAMINA
Pensaba que consultamos el móvil porque nuestro sistema nervioso nos daba un chute de dopamina.
Resulta que es justo al revés.
Consultamos el móvil porque el cerebro nos da un chute antes de hacerlo.
La anticipación nos juega una mala pasada.
Y cuando estás por ahí navegando sin sentido, en busca de algo que merezca la pena, resulta que no lo encuentras.
Apagas la pantalla y te sientes bastante peor que al principio.
Puede que no te hayas fijado o no te hayas parado a pensarlo.
Pero si puedes, presta un poco de atención a cómo te sientes antes de coger el móvil y bucear por Internet y cómo te sientes después.
Llevo unos días haciéndolo y no hay duda.
Primero bien, pensando que voy a ver algo entretenido, divertido o interesante. Luego me frustro porque todo es malo, muy malo o simplemente basura. Y por último, aparto el teléfono y me siento regular. Hay más vacío que antes de abrirlo.
Es sútil.
No es que llore cada vez que lo hago, obvio.
Pero es una sensación que está ahí.
Y que la siento como una manipulación de nuestras emociones.
No sé a ti, pero a mi no me gusta que me manipulen.
Sé que las reacciones ante la exposición a la tecnología no son para todos igual.
Unos se cabrean después de consultar las noticias. Otros pierden el tiempo sin igual y ni se dan cuenta. Otros se frustran porque no consiguen lo que estaban buscando…
La semana anterior, cuando se cayó todo el imperio Facebook, llegaron las encuestas, y la mayoría decía que estaba muy tranquila o tranquilo por el descanso mental que le había dado.
Pero ya volvían a estar ahí. A tope.
Una pequeña parte de personas me ha expresado que ellos sí son más felices después de usar el teléfono. Pero en algunas ocasiones he visto que no es real. Simplemente no se han parado a analizar la situación.
Mientras tanto, webs y redes sociales siguen secuestrando su atención.
Estés en el bando que estés, yo me pararía un momento a pensarlo de verdad.
Para mí, todo esto es un dilema que estoy tratando de resolver y te iré contando mis avances.
LIMPIEZA DIGITAL
Entrando ya un poco más en el libro, Cal Newport lo divide en dos partes: Las bases y prácticas.
Las bases ya las tenía bastante claras, aunque nunca viene mal que te recuerden que los nuevos CEOs de las compañías tecnológicas no son más que vendedores de tabaco en camiseta.
Sin embargo, en estas bases propone algo que, según lo leí, dije que no lo haría ni de coña. Pero a medida que fui avanzando en el libro, me tiene todo el sentido del mundo.
Y cuando llegué a las prácticas, más aún.
Lo que dice es que hagas una limpieza digital.
Las cosas limpias resultan agradables a la imaginación y más si no hay que pillar una fregona.
Pero la propuesta al principio de esta limpieza digital no suena del todo bien.
No tengo muy claro si mi cerebro me estaba diciendo que no era buena idea para poder seguir ahí enganchado a los medios digitales, si era un ataque de FOMO o qué, pero al principio dije que ni de coña iba a estar 30 días renunciando a las tecnologías opcionales de mi vida.
¡Qué no soy ninguna adicta!
Espera...
¿Eso no es lo que dicen los adictos?
En realidad, con «limpieza» me había imaginado borrar apps inútiles y desactivar notificaciones (cosa que hice hace ya mucho).
¿Pero renunciar a todo lo opcional? ¡Uf!
Se veía complicado, a la par que inútil.
Por suerte, he cambiado de idea porque he visto claro que para cambiar de hábitos hay que hacer algo más que silenciar el móvil.
Así que ahora me toca dar el primer paso y fijar unas normas de uso de la tecnología.
Al trabajar con ella constantemente me está costando empezar.
Eso, o estoy procrastinando.
No lo tengo claro.
RECONFIGURACIÓN
Después de definir unas normas de uso de la tecnología (cosa que prometo compartir por aquí la semana que viene), tocan los 30 días de descanso.
Pueden ser 28, pueden ser 31.
Pero Cal Newport insiste en que es importante este período para reconfigurar cómo usamos la tecnología.
Que al principio puede resultar un poco duro, pero las dos últimas semanas empezamos a olvidarnos de ello. Perdemos poco a poco el interés en usar el móvil, o lo que sea, de la manera en la que lo hacíamos.
En mi experiencia con otros experimentos, tiene todo el sentido.
Porque esto no se trata de hacer un descanso para luego volver a lo de antes, si no de cambiar cómo estamos usando la tecnología.
Después de estos 30 días, se vuelve a reintroducir la tecnología opcional, pero de forma minimalista.
Esto quiere decir que lo que introduzcamos de nuevo:
1. Debe ofrecer algo verdaderamente valioso y no solo un beneficio.
2. Debe ser la mejor opción que tenemos.
3. Y debe tener un papel limitado (cómo y cuándo lo vamos a usar).
Lo curioso es que a pesar de no haber empezado aún con el experimento, ya tengo alguna idea de esta tecnología que sí quiero usar.
Un ejemplo es una aplicación que se llama Instapaper, donde iré recopilando artículos que sí que quiero leer.
Los guarda sin publicidad ni distracciones, de una forma mucho más atractiva para leer con atención.
De esta manera, no me distraigo cuando vea algo interesante, simplemente lo guardo para luego, para cuando realmente pueda y quiera dedicarle mi atención.
A SOLAS
He estado mucho tiempo en el que era incapaz de salir a la calle sin ponerme un podcast, música o algo.
Lo de dar un paseo en silencio o escuchando lo que me rodea me parecía una pérdida de tiempo absoluta.
Y entonces, un día, no sé muy bien por qué, me empezaron a agobiar los podcast y el estar todo el tiempo «haciendo algo productivo». Y empecé a salir a pasear escuchando nada.
Pues esa simple tontería me resulta muy útil para pensar.
No es que salga a la calle con el objetivo de pensar en una cosa determinada, pero me surgen ideas que de otra manera estaban silenciadas.
¿Me estaba silenciando?
Puede.
En el apartado de prácticas de Minimalismo Digital habla bastante de esto.
De la importancia del tiempo a solas, sin ruido, sin distracciones. Porque sí, ir caminado a un sitio, aunque parezca que no, es tiempo a solas, sin ruido y sin distracciones.
Parece contradictorio cuando las ciudades son todo ruido y cosas que se mueven, pero aún así, nos permite estar en nuestra cabeza.
Sin embargo, la permanente conexión a la tecnología nos priva de ese tiempo solas.
Que estar viendo una serie en Netflix, no es tiempo a solas de verdad. Estamos conectados a las aportaciones de otras mentes.
Igual que escuchando un podcast o música.
Y la privación del tiempo a solas me parece un problema social bastante grande.
¿Qué opinas?
Para recibir más contenido como este: