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Hace un tiempo un amigo me habló de una chica que le había fascinado.
Pero no en el buen sentido.
Era una chica de 22 años que nunca había conseguido ver una película entera. No hablemos ya de leer un libro.
Como mucho se veía una serie de 20 minutos máximo.
Más era imposible.
Y, por supuesto, con el móvil en la mano o alguna pantalla adicional más.
Mi amigo había hablado con ella, a petición de los jefes de la chica (él era un asesor externo de la empresa).
Y es que la habían contratado para gestionar las redes sociales y alguna cosa más.
Pero se habían dado cuenta de que era incapaz de concentrarse en nada.
Saltaba de una cosa a otra.
Por consiguiente no había estrategia, no había constancia, no había…
Pero era maja y se le daban bien las redes, así que no querían despedirla.
Cuando mi amigo habló con ella, alucinaba con su dispersión.
Me lo contó.
A mi me extrañó un poco menos.
La falta de concentración cada vez es más habitual. Y aunque no tan extrema, nos pasa un poco a todos.
A mi la primera.
Que estuve un tiempo preocupada porque era incapaz de leer dos páginas seguidas de un libro sin que mi mente se fuese de viaje.
Leer y releer.
Pero la cosa cambió sin esperarlo.
¿Cómo cambio?